El
café es un producto de consumo popular, tanto, que ha llegado
a desarrollar una serie completa de mitos. Mitos, que como cualquier
manifestación de la cultura humana, se mueve entre extremos e
irrealidades. Muchos de esos mitos del café guardan relación
con la salud.
Así,
se dice del café que su cafeína es un factor serio y
desencadenante de los infartos de corazón. Y que, por si fuera poco,
hace mucho por desarrollar patologías como la gastritis. Al café se
le hace incluso incompatible con afecciones en el hígado.
El
café en realidad no es ni mejor ni peor que otras bebidas y
alimentos cuando está en curso un problema de salud grave. Los
alimentos están formados por una química particular y esa
composición interactúa sobre los disolventes que son nuestros
fluidos corporales.
Hablemos
de la gastritis y del café. El café estimula el
desarrollo de las secreciones gástricas, de la bilis en el hígado y
de la misma saliva en la parte correspondiente de la boca. Aún más,
el café hace mucho por estimular los procesos de absorción
de nutrientes en el intestino, por mejorar el paso de los alimentos
por ellos, y, por extensión, la digestión.
No
hablamos de gastritis ulcerante, que lleva aparejada una saliva
ácida, y en la que el café sí puede ser un factor negativo.
Sobre
las patologías hepáticas, la cirrosis, la hepatitis vírica o la
esteatosis, decir que suelen llevar aparejados procesos de oxidación.
El café con sus polifenoles, que son notables antioxidantes,
no sólo no resultan perjudiciales, sino que actúan como agentes que
mejoran esas deficiencias de salud.
Y
por último, el caso de la cafeína y su dependencia. Para
nada. Se suele confundir sus propiedades activadoras de la atención
y de las estimuladoras de la actividad física con la reactividad de
las drogas que sí hay que temer por su dependencia. El café está
lejos de poseer los efectos alucinógenos de las drogas que conocemos
o de las que hemos oído hablar.
El
café sólo, sin su mitología.
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